La tarde
caía lentamente
Nunca salía
sola. A los diecisiete años, era una mujer de rara belleza y sus hermanos
mayores nunca permitían que fuese a las calles sin ir por lo menos con uno de
ellos, como acompañante. En esa tarde había escapado de la vigilancia cerrada y
fue al campo a respirar un poco de aire puro. Al retornar, satisfecha por haber
fugado un poco de la rutina, había percibido los pasos de Felinto y su corazón
heló. Asustada, apretó el paso cuando percibió, que un hombre la seguía. Era
Felinto, el borracho de la ciudad. Intentó entrar por calles estrechas para
despistar a su perseguidor. Sin embargo, él continuaba caminando, a pocos pasos
de ella. Rubia lanzaba miradas para todas las direcciones intentando encontrar
a alguien que la pudiese ayudar, pero era en vano, la ciudad estaba desierta,
ni los niños que acostumbraban correr por allí todas las tardes se hacían
presentes en ese día. Ella ya había oído hablar de las grandes borracheras de
aquel hombre, sin embargo nunca supo que él hubiese hecho mal a alguien.
Aun así, la
respiración pesada, que oía, venia de él, a cada paso que daba, ella temblaba
sin saber el motivo de aquella persecución. Había algo de mucho errado en
aquella actitud. Hasta que un momento sin dudarlo ella empezó a correr y él
corría también. Las manos fuertes del hombre la agarraron y una de ellas
inmediatamente le cubrió la boca. La mano libre corría por su cuerpo. Ella ya
no tenía duda cual era el interés que había despertado. Frenéticamente
intentaba librarse, pero él era muy fuerte. Un dolor agudo anuncia que había
llegado al fin. Aquel infeliz se había adueñado de su virginidad a la fuerza.
Con los ojos nublados por el odio ve al hombre levantarse con una sonrisa de
cínico dirigiéndose hacia ella. En un relance, Rubia percibe, cerca de sí, una
gran piedra puntiaguda. Con rapidez la toma y ya con la piedra en la mano vio
que Felinto estaba de espalda, absorbido en la tarea de cerrar el pantalón. Sin
titubear, ella alcanza su cabeza con un golpe certero. El hombre que
sorprendido, la sangre corría por su rostro.
Tomado de
odio y dolor, agarra a Rubia nuevamente y le apretaba el cuello con extrema
violencia. Caen ambos en la tierra. La mujer todavía veía la muerte pasar por
los ojos del hombre, antes de también exhalar el último suspiro. El caminar del
espíritu de Rubia, por valles sombríos, fue largo y doloroso. De otras
encarnaciones traía una pesada carga. El asesinato de Felinto sólo hizo
aumentar, su periodo de sufrimiento en búsqueda de conocimiento y luz. Hoy, en
nuestros terreiros, se llama Rosa Vermelha (rosa roja).Pomba Gira-dirigente de
los grandes amores. Discreta y bella, su incorporación encanta a todos que la
conocen.
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